Empecé con la práctica de alfareria hace 8 años, mi hija tenía apenas 1 año de vida, y yo necesitaba calma. Tomé clases todos los sábados durante muchos años, y en ese hacer tuve distintos maestros y talleres. Encontré un espacio en donde el tiempo que se le dedicaba a cada proceso fue realmente transformador, pudiendo resignificar el hacer en cada etapa.
Así fui de a poco entendiendo los momentos por los que atraviesa ese material plástico y maleable, que se vuelve caótico y se acomoda nuevamente en nuestras manos con la ligereza del agua, y las vueltas del torno.
En contacto con el aire se vuelve áspero, pero continua siendo permeable y frágil, y finalmente al exponerlo al fuego es que surge lo que parecia ser el fin buscado, la pieza, el cuenco, la taza, que alberga esa primera intención, pero que es simplemente el medio por el que nuestras manos se expresan, nuestro cuerpo se aquieta y encuentra su centro.
La arcilla me dió la calma que necesitaba, y me permite día a día reencontrarme conmigo.
¡Estoy feliz de poder compartir un poco de eso con ustedes!
